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Septuagenario
Miércoles, 08 de Junio de 2016
Opinión / Manacor

La clavelera

Soy una persona que los setenta años ya no los voy a cumplir. La tecnología me viene algo grande. Por eso uso desde siempre un teléfono móvil sin demasiadas prestaciones.

Resulta que en un viaje reciente noté que la batería de mi viejo móvil se gastaba en pocas horas por lo que decidí comprarme uno nuevo. Eso si, sin “avance” alguno para no complicarme la vida. Al nuevo le puse la tarjeta del antiguo y comenzó a funcionar y a mantenerse sin derrochar la batería como hacía el viejo.


La tarjeta es de contrato con una importante compañía telefónica que tengo desde hace muchos años.


Sin saber como, un día recibo una llamada en el móvil que me dice: “Urgencias, dígame”. Mi sorpresa fue grande pues yo nunca había creído tener ningún enlace de este tipo con la citada tarjeta. Como el hecho se repitió dos veces más, ayer decidí ir a un establecimiento que cuenta  con la misma patente de la compañía telefónica contratada. El objetivo era que me informaran sobre aquel hecho en cuestión y me solucionaran lo que yo veía como una anomalía. Eso si, sabiendo que tenía que  pagar en razón del tiempo que el dependiente o técnico empleara en el arreglo e, incluso, tenerlo que dejar para arreglar y posiblemente con presupuesto.

 

Eran las seis de la tarde, entro en la tienda y un único dependiente atendía a una señorita. A los pocos minutos entra otra señorita que, tras decirle “hola” solamente al dependiente, se mete por detrás del mostrador. La dueña, la esposa o la hija de los dueños pienso que es.

 

El dependiente finaliza de atender a la cliente y, amable y educadamente, se dirige a mi.  

 

Le explico mi problema y, siguiendo con su educación, me dice que allí venden móviles y que solamente atienden los problemas de los móviles que en aquel establecimiento se venden. Entiendo que lo que me dice el dependiente son las directrices que tiene y que no voy a ser atendido. Me iba a marchar cuando el dependiente, para cerciorarse adecuadamente del origen del móvil, me pregunta qué donde lo compré. -En un super de la Península, le digo. Entonces, aquella señorita que yo creí pudiera ser la dueña, esposa o hija de los amos, con una acritud inusitada, oigo que se me dirige por detrás con el siguiente tenor:

“Ha de acostumbrarse la gente a depositar treinta euros en el mostrador antes de empezar a preguntar”.

 

Me volví, la  miré,  y me dio la sensación que me estaba hablando “una clavelera” de las que merodean alrededor de la Catedral de Palma obcecadas en conseguir, como sea, euros de los turistas con la promesa de improvisarles a cambio  la “Buenaventura”.

 

Todo ello me lleva a conclusión de que la compañía telefónica concesionaria de la patente debería cerciorarse  muy mucho a quien se las concede.

 

Un septuagenario.

 

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